Costa Rica 2016
Extraña invención la palabra siempre.
“Datos adjuntos”, el segundo poemario de Carolina
Quintero nos conduce de la mano como un híbrido ángel-verdugo, suave y
fatalista, a presenciar la trayectoria de nuestra breve existencia. Sentencias sutiles,
descripciones sugerentemente testimoniales nos hacen testigos de lo
irremediable. Detrás de cada página una esfinge nos mira inmutable desde sus
páginas, con una mano entera y los dedos
de la otra formando un revólver apunta hacia todo lo que habremos perdido
en esta transitoriedad.
Este libro es un espejo trizado de lo que
anhelamos perpetuo, tres variables de un juramento de falsa perdurabilidad: la
erosión de la memoria y el cuerpo, la muerte del amor y el deseo, y finalmente,
la lenta pero continua desaparición de los que amamos. Esquirlas, pruebas todas,
de la existencia fugaz, pero también del serial asesinato del Tiempo.
La primera parte del libro, Cerrar los ojos nos coloca de frente a
los primeros detractores de este invento llamado siempre; la erosión de nuestra memoria y nuestro cuerpo. El tiempo
implacable hace su aparición, a través de una antología de imágenes poéticas
bien construidas, frescas y al mismo tiempo, contundentes. La marcha del protagonista
se impone con la lluvia, elemento
bucólico y cansino tan recurrente en la poesía, pero que, sin dificultad y con alevosía,
Quintero lo llena de sentido, el agua redoblante sobre el agua, una marcha
marcial en diminutos mensajes líquidos que nos recuerdan a través de su tic-tac
nuestra futura desaparición. Lloviznas, tormentas de arena, neblina, calles
empapadas, son el escenario de todo lo que nos separa o acerca al abismo:
La
lluvia
es
el ritmo interno de las cosas,
el
sonido que escucho al dormir,
-una
tormenta-
mano
suave
que
nos limpia el recuerdo.
La destrucción de la memoria, la primera
pérdida en la guerra contra el tiempo, más adelante la obsolescencia de nuestro
ser, máquinas nostálgicas contradictoriamente desconectadas de la realidad,
pero aferradas a la esperanza de no ser destruidas ni olvidadas, nobles
máquinas que intentan desesperadamente ser aún “necesarias”:
Digital natives
fotografiamos todo desde un celular:
los cambios en el cabello,
la destrucción del lugar
fotografiamos todo desde un celular:
los cambios en el cabello,
la destrucción del lugar
donde
nacimos,
los momentos armados
los momentos armados
para
parecer dichosos.
Respaldamos la felicidad
para hacerla indestructible.
Respaldamos la felicidad
para hacerla indestructible.
Es tan fácil acariciar un teclado
y
borrar el amor el deseo.
La
pausa en la garganta,
al
borde del precipicio al filo de
la pantalla,
esperamos
llegar a algún sitio.
Dormimos con el teléfono entre las manos,
su luz nos alumbra
en
medio de la nada.
No estamos solos, es la consigna fallida
de un tiempo en que la estética a sustituido a la ética, como alguna vez lo
afirmó Jameson. Este tiempo es el que Carolina reconoce como el victimario de una
generación de jóvenes aferrados a una existencia reducida al culto a la imagen
y al despliegue de la información, pero no así a la comunicación. Sus poemas
son una condena crítica al despojo del habla, al esencialismo de una generación
devorada por la tecnología, las redes sociales, los mass media, víctimas del bombardeo
sin fin de imágenes y de una prisión hecha de pantallas. Este poema es una clara muestra de ello:
Terabyte
i
Mi vida de los últimos 10 años:
10 mil fotos,
7 mil documentos,
4 mil canciones;
apenas una pequeña línea de un terabyte.
Mi vida de los últimos 10 años:
10 mil fotos,
7 mil documentos,
4 mil canciones;
apenas una pequeña línea de un terabyte.
Todo en carpetas,
pequeños íconos
pequeños íconos
que se activan
como neuronas
y despliegan el recuerdo.
y despliegan el recuerdo.
ii
Conecten el disco,
exploren,
no me compriman,
no envíen la memoria
Conecten el disco,
exploren,
no me compriman,
no envíen la memoria
a la
carpeta de reciclaje;
acá estuvimos nosotros,
los millenials,
celebramos el fin del mundo
acá estuvimos nosotros,
los millenials,
celebramos el fin del mundo
en
el 2000
y lo
reconstruimos todo
desde
el minuto 01 del 2001.
La pregunta sobre el tiempo, desde Agustín
hasta el mito de la destrucción del mundo en el año dos mil continua su
trayecto, pero ambos, filósofo y poeta comparten un sentir, un conocimiento confuso:
si fuese siempre presente y no pasáramos a ser parte del pasado, no habría
tiempo sino eternidad, la causa o la razón del tiempo es la de dejar de ser, es
esto lo que señala De Hipona. Para la poeta es el tiempo es un inventario de
despedidas, pero con estas, también el triunfo en medio de la soledad y el
abandono. Hay en todo el poemario una actitud estoica, serena, incluso
compasiva hacia la tristeza misma. Es como si la poeta saqueara con paz, -propia
de una voz joven-madura que hilvana los textos-, la infancia como un eco cada vez
más ininteligible, los miembros de la familia, la pareja, la intimidad, la
historia de los objetos que nos acompañaron, aceptando con dolor y abrazando al
mismo tiempo esta condición para dejarles ir.
La segunda parte del libro, es un homenaje,
parece ser una ofrenda al amor que moribundo. La despedida en una erótica de la
muerte, fin del amor y el deseo. En Desde una esquina, una mujer observa los
pasajes amorosos desmoronarse, la decoloración inminente de los actos amatorios
hasta introducirnos en un limbo de neblina, una alusión recurrente a la
imposibilidad de asistir a un re encuentro o incluso de re encontrarse a sí
misma(o) de nuevo tras el adiós.
69
Permanecemos
en esta posición,
los
pájaros entran por la ventana
y
atacan las migas del suelo.
96
Acá,
nos damos la espalda.
Corremos hasta encontrar
un muro.
Lo más lejos posible,
lo más rápido.
El tratamiento dual sobre la melancolía en
los poemas de esta segunda parte del libro fueron finamente construidos, no hay
espacio para la ambigüedad. La tristeza o esta doble melancolía oscila entre
dos extremos, la que extiende los brazos hacia el pasado y otra que acepta
resueltamente el curso de las cosas, como si en el fondo el antídoto para el
tiempo y sus consecuencias –el adiós- se cure con la despedida misma. Fragmentos
de Miro la televisión, lo confirman:
ii
Estamos
recluidos,
la
pantalla
retiene
las formas del abandono,
nuestras
variaciones.
iii
Doy un paso al
frente
(la televisión no
me asusta
y vos tampoco).
Salgo.
Finalmente Evitar el abandono es el tercer fragmento del espejo. La poeta
anuncia el ciclo de la fatalidad, los ritos personales de despedida de los que
amamos. Los textos son una colección de fotografías familiares, asistimos a una
cinta sin títulos que amplía a los/las lectoras(es), la intuición de lo que ha
merecido la pena guardar, ser preservado: el amor de los abuelos, la imagen de
un tío y las órbitas de dolor que rodean su ausencia, la cercanía con un bebé
sin consciencia de lo que vendrá, el amor por la hermana y el miedo a perderla
junto a otras mujeres de familia. Antología de imágenes familiares que
configuran al final de cuentas, lo que somos…espectadores del registro de crímenes
seriales del tiempo que tarde o temprano, a merced de la incertidumbre, tomará pedazo
a pedazo lo que creímos nos pertenecería por siempre.
En
cada celebración
tomo
una foto mental
de
las personas que amo.
En
la noche,
imagino
quien no estará al año siguiente.
Nunca
acierto.
Escapo
de la tormenta
con
el cuerpo empapado.
Las
gotas de lluvia
caen
con persistencia,
hacen
orificios en mi memoria.
Una escritora joven nos advierte con una
escritura sin pretensión, pero potente y aguda, que nuevas líneas aparecerán en
la palma de la mano, para dejar una marca de la ausencia, el abandono. Una
línea más como señal de intuición de que hay saber decir adiós a la palabra
siempre.
Carolina Quintero nos tendió una trampa. Este
libro más que afirmación de la fugacidad del tiempo y sus consecuencias, es la
contumaz convicción de procurar sostener el mundo afectivo, frágil estatua de
arena. Lo que queda de nosotros y de los otros, son “Datos adjuntos” de la
ausencia, como si debiéramos rellenar, alimentar con imágenes transitorias del
pasado, la fosa común para tantos amores que creíamos para siempre, víctimas
ingenuas de la modernidad, ese amor que creímos para siempre pero que desde hace mucho ha muerto.
Gracias a Carolina Quintero por este
libro. Ya era necesario que, con buena poesía, en un mundo de encuentros
inacabados, de comunicaciones fracturadas por la liquidez de nuestros tiempos, reapareciera
una voz, joven y madura, que con precisión de francotiradora abordase esta
condición existencial, sobre los detractores para nuestro bien, de esa falsa promesa
llamada siempre.
Carolina Quintero.
San José, Costa Rica, 1989. Formó parte desde el 2006 del taller literario Netzahualcóyotl. Algunos de sus poemas aparecen en el suplemento La MalaCrianza del Semanario de la Universidad de Costa Rica. Publica su primer libro Pequeña muerte en el Ártico, con editorial Perro Azul en 2010 como parte del proyecto Poeta Joven y su segundo libro Datos Adjuntos con editorial Espiral en el 2016. Participa en el 2011 en el VIII Encuentro Internacional de Escritores de Costa Rica, varios de sus poemas aparecen en la Antología del mismo Encuentro. Ha colaborado en los últimos años en el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano. Ha participado en diversos festivales y encuentros de poesía en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Es egresada de la carrera de medicina de la Universidad de Costa Rica y ejerce como médico.
Alejandra Solórzano. Guatemala-Costa Rica 1980) Licenciada en Filosofía. Migrante desde niña. Profesora de Filosofía en la Universidad Nacional y Universidad de Costa Rica. Humana de Kōan. Escritora. Adicta al asombro 24/7 todo el mes.