RESEÑA: Datos adjuntos (poesía- Ediciones Espiral -CR) - Carolina Quintero. Por Alejandra Solórzano

22 febrero 2017
Ediciones Espiral.
Costa Rica 2016


Extraña invención la palabra siempre.

“Datos  adjuntos”, el segundo poemario de Carolina Quintero nos conduce de la mano como un híbrido ángel-verdugo, suave y fatalista, a presenciar la trayectoria de nuestra breve existencia. Sentencias sutiles, descripciones sugerentemente testimoniales nos hacen testigos de lo irremediable. Detrás de cada página una esfinge nos mira inmutable desde sus páginas, con una mano entera y los dedos de la otra formando un revólver apunta hacia todo lo que habremos perdido en esta transitoriedad.

Este libro es un espejo trizado de lo que anhelamos perpetuo, tres variables de un juramento de falsa perdurabilidad: la erosión de la memoria y el cuerpo, la muerte del amor y el deseo, y finalmente, la lenta pero continua desaparición de los que amamos. Esquirlas, pruebas todas, de la existencia fugaz, pero también del serial asesinato del Tiempo.

La primera parte del libro, Cerrar los ojos nos coloca de frente a los primeros detractores de este invento llamado siempre; la erosión de nuestra memoria y nuestro cuerpo. El tiempo implacable hace su aparición, a través de una antología de imágenes poéticas bien construidas, frescas y al mismo tiempo, contundentes. La marcha del protagonista se impone con la lluvia, elemento bucólico y cansino tan recurrente en la poesía, pero que, sin dificultad y con alevosía, Quintero lo llena de sentido, el agua redoblante sobre el agua, una marcha marcial en diminutos mensajes líquidos que nos recuerdan a través de su tic-tac nuestra futura desaparición. Lloviznas, tormentas de arena, neblina, calles empapadas, son el escenario de todo lo que nos separa o acerca al abismo:

La lluvia
es el ritmo interno de las cosas,
el sonido que escucho al dormir,
-una tormenta-
mano suave
que nos limpia el recuerdo.

La destrucción de la memoria, la primera pérdida en la guerra contra el tiempo, más adelante la obsolescencia de nuestro ser, máquinas nostálgicas contradictoriamente desconectadas de la realidad, pero aferradas a la esperanza de no ser destruidas ni olvidadas, nobles máquinas que intentan desesperadamente ser aún “necesarias”:

Digital natives
fotografiamos todo desde un celular:
los cambios en el cabello,
la destrucción del lugar
donde nacimos,
los momentos armados
para parecer dichosos.
Respaldamos la felicidad
para hacerla indestructible.

Es tan fácil acariciar un teclado
y borrar el amor          el deseo.

La pausa en la garganta,
al borde del precipicio            al filo de la pantalla,
esperamos llegar a algún sitio.

Dormimos con el teléfono entre las manos,
su luz nos alumbra
en medio de la nada.

No estamos solos, es la consigna fallida de un tiempo en que la estética a sustituido a la ética, como alguna vez lo afirmó Jameson. Este tiempo es el que Carolina reconoce como el victimario de una generación de jóvenes aferrados a una existencia reducida al culto a la imagen y al despliegue de la información, pero no así a la comunicación. Sus poemas son una condena crítica al despojo del habla, al esencialismo de una generación devorada por la tecnología, las redes sociales, los mass media, víctimas del bombardeo sin fin de imágenes y de una prisión hecha de pantallas.  Este poema es una clara muestra de ello: 

Terabyte

i
Mi vida de los últimos 10 años:
10 mil fotos,
7 mil documentos,
4 mil canciones;
apenas una pequeña línea de un terabyte.

Todo  en carpetas,
pequeños íconos
que se activan como neuronas
y despliegan el recuerdo.

ii
Conecten el disco,
exploren,
no me compriman,
no envíen la memoria
a la carpeta de reciclaje;
acá estuvimos nosotros,
los millenials,
celebramos el fin del mundo
en el 2000
y lo reconstruimos todo
desde el minuto 01 del 2001.

La pregunta sobre el tiempo, desde Agustín hasta el mito de la destrucción del mundo en el año dos mil continua su trayecto, pero ambos, filósofo y poeta comparten un sentir, un conocimiento confuso: si fuese siempre presente y no pasáramos a ser parte del pasado, no habría tiempo sino eternidad, la causa o la razón del tiempo es la de dejar de ser, es esto lo que señala De Hipona. Para la poeta es el tiempo es un inventario de despedidas, pero con estas, también el triunfo en medio de la soledad y el abandono. Hay en todo el poemario una actitud estoica, serena, incluso compasiva hacia la tristeza misma. Es como si la poeta saqueara con paz, -propia de una voz joven-madura que hilvana los textos-, la infancia como un eco cada vez más ininteligible, los miembros de la familia, la pareja, la intimidad, la historia de los objetos que nos acompañaron, aceptando con dolor y abrazando al mismo tiempo esta condición para dejarles ir.

La segunda parte del libro, es un homenaje, parece ser una ofrenda al amor que moribundo. La despedida en una erótica de la muerte, fin del amor y el deseo.  En Desde una esquina, una mujer observa los pasajes amorosos desmoronarse, la decoloración inminente de los actos amatorios hasta introducirnos en un limbo de neblina, una alusión recurrente a la imposibilidad de asistir a un re encuentro o incluso de re encontrarse a sí misma(o) de nuevo tras el adiós.


69
Permanecemos en esta posición,
los pájaros entran por la ventana
y atacan las migas del suelo.
96
Acá,
nos damos la espalda.
Corremos hasta encontrar
un muro.
Lo más lejos posible, 
lo más rápido.
El tratamiento dual sobre la melancolía en los poemas de esta segunda parte del libro fueron finamente construidos, no hay espacio para la ambigüedad. La tristeza o esta doble melancolía oscila entre dos extremos, la que extiende los brazos hacia el pasado y otra que acepta resueltamente el curso de las cosas, como si en el fondo el antídoto para el tiempo y sus consecuencias –el adiós- se cure con la despedida misma. Fragmentos de Miro la televisión, lo confirman:

ii
Estamos recluidos,
la pantalla
retiene las formas del abandono,
nuestras variaciones.

iii
Doy un paso al frente
(la televisión no me asusta
y vos tampoco).
Salgo.
Finalmente Evitar el abandono es el tercer fragmento del espejo. La poeta anuncia el ciclo de la fatalidad, los ritos personales de despedida de los que amamos. Los textos son una colección de fotografías familiares, asistimos a una cinta sin títulos que amplía a los/las lectoras(es), la intuición de lo que ha merecido la pena guardar, ser preservado: el amor de los abuelos, la imagen de un tío y las órbitas de dolor que rodean su ausencia, la cercanía con un bebé sin consciencia de lo que vendrá, el amor por la hermana y el miedo a perderla junto a otras mujeres de familia. Antología de imágenes familiares que configuran al final de cuentas, lo que somos…espectadores del registro de crímenes seriales del tiempo que tarde o temprano, a merced de la incertidumbre, tomará pedazo a pedazo lo que creímos nos pertenecería por siempre.

En cada celebración 
tomo una foto mental
de las personas que amo.
En la noche,
imagino quien no estará al año siguiente.

Nunca acierto.

Escapo de la tormenta
con el cuerpo empapado.
Las gotas de lluvia
caen con persistencia,
hacen orificios en mi memoria.

Una escritora joven nos advierte con una escritura sin pretensión, pero potente y aguda, que nuevas líneas aparecerán en la palma de la mano, para dejar una marca de la ausencia, el abandono. Una línea más como señal de intuición de que hay saber decir adiós a la palabra siempre.

Carolina Quintero nos tendió una trampa. Este libro más que afirmación de la fugacidad del tiempo y sus consecuencias, es la contumaz convicción de procurar sostener el mundo afectivo, frágil estatua de arena. Lo que queda de nosotros y de los otros, son “Datos adjuntos” de la ausencia, como si debiéramos rellenar, alimentar con imágenes transitorias del pasado, la fosa común para tantos amores que creíamos para siempre, víctimas ingenuas de la modernidad, ese amor que creímos para siempre pero que desde hace mucho ha muerto.

Gracias a Carolina Quintero por este libro. Ya era necesario que, con buena poesía, en un mundo de encuentros inacabados, de comunicaciones fracturadas por la liquidez de nuestros tiempos, reapareciera una voz, joven y madura, que con precisión de francotiradora abordase esta condición existencial, sobre los detractores para nuestro bien, de esa falsa promesa llamada siempre.

Carolina Quintero.


San José, Costa Rica, 1989. Formó parte desde el 2006 del taller literario Netzahualcóyotl. Algunos de sus poemas aparecen en el suplemento La MalaCrianza del Semanario de la Universidad de Costa Rica. Publica su primer libro Pequeña muerte en el Ártico, con editorial Perro Azul en 2010 como parte del proyecto Poeta Joven y su segundo libro Datos Adjuntos con editorial Espiral en el 2016. Participa en el 2011 en el VIII Encuentro Internacional de Escritores de Costa Rica, varios de sus poemas aparecen en la Antología del mismo Encuentro. Ha colaborado en los últimos años en el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano. Ha participado en diversos festivales y encuentros de poesía en Guatemala, El Salvador  y  Nicaragua. Es egresada de la carrera de medicina de la Universidad de Costa Rica y ejerce como médico.



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Alejandra Solórzano. Guatemala-Costa Rica 1980) Licenciada en Filosofía. Migrante desde niña. Profesora de Filosofía en la Universidad Nacional y Universidad de Costa Rica. Humana de Kōan.  Escritora. Adicta al asombro 24/7 todo el mes. 

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